Natalie

Un extranjero va llegando a un pequeño pueblo, donde una fiesta recién empezaba. La gente se acercaba a la plaza principal. Los músicos afinaban sus instrumentos, los conocidos se saludaban.
El extranjero miraba con añoranza a los invitados recordando a su pueblo y viejos amigos. Este viajero de corazón frío se fijo en una pequeña que bailaba solita mientras los músicos se preparaban. Daba pasitos a buen compás en medio de la plaza, sin intimidarse por el público que la veía.

La señora de los elotes, con algo de inseguridad, pregunta: ¿qué se le ofrece joven? - Me da un vaso mediano, por favor.
Su imagen no era de confianza, tampoco tenía una buena actitud hacia los demás. Aunque usaba todas la palabras de cortesía que conocía, su tono no era el más indicado. Este hombre tenía una mirada fuerte, que impresionaba a muchos.

En eso momento, empieza la banda a tocar. El extranjero se voltea a ver el espectáculo, aunque nadie se a acercado a la pista de baile improvisada él no cambia su postura.
- Oye- le dice la pequeña al extranjero, quien gira su cabeza hacia ella. - ¿Quieres bailar conmigo?
Aunque escuchó perfectamente lo dicho por la pequeña, él replica - ¿Cómo dices?
Su cuestionamiento no fue por falla acústica, fue falla emocional. Este hombre nunca había bailado en su vida. Es más, nunca antes alguien le había hablado para pedirlo cosa semejante.
-¡¿Qué si quieres bailar!?- La pequeña eleva la punta de sus pies a la vez que alza la voz, creyendo que así se le escuchara mejor.

Se dibujo una sonrisa en el hombre y respondió: “por supuesto”
En la pista, no dudo en preguntarle cómo se baila; a lo que ella respondió mientras bailaba: “Como quieras, baila como quieras”.

Mientras bailaban, las risas y los aplausos no paraban. Los dos inmersos en el baile se detuvieron junto con la música que los acompañaba. Él le dijo, gracias y ella le regresó una sonrisa y volvió con sus padres.

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