Imágenes distorsionadas: Primera Parte

- ¿Siempre andas con esa actitud de perro?
Aquel hombre finge una sonrisa, da un trago a su cerveza, la ignora.
- Te estoy hablando, perro.
Ella no quiere ofenderlo, solo busca atraer su atención.
- ¿De qué te preocupas? No estoy molesto contigo.
- Tu arrogancia e indiferencia me incomoda.
- Pues parece que eres la única en la universidad. Solo vine por una cerveza. Tranquilo, sin molestar a nadie y sabes, estás arruinando mis planes.
Ella se levanto del banco, lo rodeo y sentó del otro lado.
- Disculpa no era mi intensión.
En efecto la intensión de Anna no era arruinarle los planes a Andrés, solo quería formar partes de ellos. Pero Andrés es de esos tipos que nadie llega a conocer. Se limita a hacer lo que le piden y eso le ha merecido grandes logros académicos.
Anna por su parte se limita por hacer lo que quiere y ella solo quiere ser feliz. Le va bien en la vida porque siempre buscó hacer lo que quiso. No la mal interpreten, para ella hacer lo que quiere es hacerse un bien sin dañar a los demás.
Quizá por eso es que le llama tanto la atención Andrés. Él no se preocupa por el quiere, casi nunca se niega a hacer algún favor; sin embargo, su actitud con los demás no es muy buena. Puede ayudarte un día y al otro ni saludarte. Si le preguntan les dirá que el busca ayudar por ayudar, no para hacer amigos.
- ¿No te molesta si me quedo a tu lado?
- Mientras no hables, no hay problema.
- Te observaré, como una obra de arte.
Andrés no se aguanto la risa.
- No sabía que podías reír.
- Puedo hacer muchas cosas.
- ¿Puedes bailar?
La miró de reojo pensó en decirle que no; pero Anna estaba más hermosa de lo usual esa noche y había sido muy persuasiva.
- No te prometo mucho.
Andrés solo llevaba dos meses en la ciudad antes de ingresar a la universidad. En las primeras semanas sobresalió por su acento sureño, luego por ser un estudiante muy aplicado. Mientras sus compañeros aprovechaban los descansos entre las horas de clase, Andrés las invertía en su computadora. A veces leyendo, a veces adelantado tareas. Incluso cuando lo invitaban al grupo se mostraba muy renuente de hacerlo y si lo hacia se mantenía casi siempre callado.
Anna fue porrista en la secundaria, siempre andaba metida en cursos extracurriculares. Cuando llego a la universidad se inscribió a danza, taller que le encantó tanto que a veces descuidaba sus materias curriculares.
Para el primer semestre conocía prácticamente a toda su facultad. Era una mujer demasiado alegre para dejar pasar desapercibida. Acostumbraba prestar su casa para cualquier evento social que se necesite: cumpleaños, despedidas, fin de curso; cualquier excusa era buena.
- Oye, te mueves bien.
- Te dije que puedo hacer muchas cosas.
- Nunca te había visto en una fiesta.
- Casi no salgo.
- ¿Por qué?
- No se; simplemente no se me antoja.
Aunque la verdad, es que Andrés trabaja por las noches como mesero en un bar y simplemente no sale porque está trabajando. La razón por la que acudió ese día fue por la remodelación del local donde trabajaba.
- ¿Y ahora por qué se te antojo?
- Por la Luna llena.
- No seas payaso, ni siquiera hay Luna llena.
- ¿Quieres salir a ver?
Anna daba una imagen equivocada de su persona. Quien no la conociera diría que es una mujer muy superficial. La verdad que esa imagen era gracias a su madre, siempre procuraba que su hija vista a la moda. Anna tomaba esto como una ventaja; no perdía tiempo eligiendo vestuario, tenía su asistente personal para ello.
En el mundo de Anna estaba la danza, el teatro, la música; le apasionaban las artes. Era una mujer con la que podías platicar por horas de diversos temas.
- Señor, ¿no intentará propasarse conmigo?
- Claro que no.
- Entonces para que salimos.
Andrés no pudo evitar sonrojarse. Él tenia la imagen de un perro callejero. La gente lo respetaba. No se había peleado desde la secundaria, pero todavía se mantenía en forma. En el pequeño departamento que rentaba en el centro de la ciudad, tenía un saco de arena. No lo tenía para ejercitarse, solo para quitarse el estrés de encima.
Una vez en el bar, tres tipos ya pasados de copa se estaban peleando y él solo se encargo de sacarlos. Andrés era delgado, pero realmente fuerte.
- Te pusiste rojo. No lo puedo creer.
- ¿Qué? Soy humano; río, me sonrojo, lloro.
- Igual, es extraño en ti. Tu eres como una máquina. Vamos al balcón.
Andrés señaló al cielo - Luna llena, ¿ahora me crees?
- No se, me es difícil creerle a alguien que guarda tantos secretos.
- ¿Qué quieres saber?
- ¿Tienes novia?
- No.
- ¿Te masturbas?
- No, visito a unas prostitutas dos veces por semana.
- Dios.
Era mentira. Andrés casi no tenía tiempo para dormir; trabajaba casi 9 horas en el bar e invertía unas 8 en la universidad, disponía de dos horas para transporte y otras dos para desayunar, almorzar y cenar. Así que no tenía tiempo ni para masturbarse.
- Tengo necesidades.
- Pues llamame, te puedo echar una mano. Para eso están las amigas.
También mentía, era muy reservada para los asuntos sexuales. Anna nunca se había acostado con nadie. Lo más cerca que estuvo fue cuando un ex-novio le acarició sus senos momentos antes de que su padre entre a su habitación.
- ¿Por qué nunca sales? La verdad.
Lo miró fijamente mientras espera su respuesta.
- No tengo tiempo.
- Mentira. Yo estoy metida todo el día en la universidad y me doy el tiempo para salir. Y mi promedio es tan bueno como el tuyo.
- Mi promedio es de 93.
- Ok, no tan bueno, pero es bueno.
Anna se le acercó y le dijo:
- Dime la verdad, porque no sales.
No le hubiese costado mentirle, pero vio algo en sus ojos. Él tenia la necesidad de compartir su vida con alguien y ella se veía dispuesta a escucharlo.

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