Actitudes erradas

-Hola.

Cuando sabemos que hicimos algo mal, a veces, no hacemos nada por temor de hacer más daño. O al menos es como yo lo veo.

Mis manos están dentro de mi abrigo. No por el frío, aunque estamos a 5 grados. Son los nervios. No se que más decirle, me tardo lo que tu te tardas en leer estas líneas.

-Dejaste tu libro en mi casa.
-Pasa.

Ella toma el libro con delicadeza. No, miento. Fue más con una falta de interés, pero no hacia el libro. Falta de interés hacia mi. Kundera nunca dejará de ser interesante para ella, suele leer sus libros constantemente.

-¿Me vas a explicar lo que paso? Y no porque te vaya a perdonar. Solo quiero entender que fallo entre nosotros para que no me vuelva a pasar con alguien más.

Tan serena, tan indiferente e hiriente a la vez. Mis excusas no tenían cabida en esa conversación.
La verdad es que la fidelidad no es cosa mía. ¿Cómo explicarle que para mi, sexo es solo un encuentro pasajero? Encuentros sin mayor importancia. ¿Cómo explicarle que era la primera vez que se enteraba y no la primera vez que lo hacia?

-¿Qué quieres que te diga? ¿Qué te engaño, que soy una mierda? Te engaño y soy una mierda. No vine a que me perdonarás. Porque se que lo que hice no tiene perdón.
Simplemente quiero que sepas, que realmente lamento haberla cagado. Si pudiera cambiar lo que hice...
-¿Hubieras cerrado la puerta?

Una pausa eterna. Mi cara de estúpido. Su cara de odio.

-¿Dime que fue la primera vez?
-Si.

Debo hacer constancia que ella dijo que le dijera. Simplemente quería irme, era lo mejor que me había pasado y lo había arruinado.

-Vete.

Quería llorar, pero no quería que la viera. Me fui sin replicar.
Me subí a mi auto, eche mi cabeza al respaldo. Pensaba en lo estúpido que fui. Si me hubiera ido a un hotel, si me hubiese masturbado en vez de llamar a una puta, si hubiera...

Derrepente, el sonido de la puerta de su casa abriéndose bruscamente, dirigi mi mirada hacia su casa. Mi mirada se cruza con la que alguna vez fue mi prometida. No pudiendo evitar que el arma que sostenía me apunta directamente.
Después del brutal sonido, pude verme sentado en mi auto, con el cráneo destrozado. Ella temblaba y tanteaba el muro de su casa para apoyarse. Ya no contenía el llanto.

Cuando llegó la policía, quería decirles que no fue culpa de ella. Pero es difícil escuchar a un cadáver.

Vi como la desarmaron, la esposaron y subieron a la patrulla. Un tipo gordo tomaba fotos, mientras uno ligeramente más delgado hacia anotaciones.

Luego vi cuando la interrogaron, el juicio, la condena. Ante todos era: mujer sin razón aparente, mata prometido. Foto de mis sesos en la portada.

Cuando salió libre, muchos años después, vieja y cansada; no tenía amigos, ni familia. La pobre vieja consiguió un trabajo de intendente en un colegio. Su departamento de tres habitaciones se convirtió en un pequeño cuarto en una quinta de los suburbios más olvidados de la ciudad.

Murió de vieja, en su cama, mientras dormía. Nadie se dio cuenta hasta dos semanas después y no por el hedor. Era fin de mes y su casero pasaba a cobrar la renta.

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