Atando cabos

Primero debes estirar las puntas. Una vez que las tienes bien estiradas, las vas a cruzar. ¿De acuerdo? – sí, ya entendí. Ya sé, ya sé, déjame a mí. Le digo impaciente. Bueno, inténtalo. Tengo cinco años y es la primera vez que voy a atar mis pasadores. ¡Mis primeros zapatos con pasadores! No tengo ni la menor idea de lo que hago. Estiro las puntas, las cruzo; entra una, sale la otra. ¡Oh, sorpresa!, tengo un dedo atrapado.
Mi padre se ríe. Lo miro molesto; con la intención de decirle: “No te rías”. Pero me contagia su risa y nos reímos. Una vez más. Atento. ¡Ya! Le respondo con la alegría que sólo un niño puede expresar. Los estiras. ¡Eso ya sé! – Interrumpo- Reniega, me quiere matar; pero se contiene. En el fondo me quiere.
Luego de cruzarlos, vas a meter este pasador (mirándome fijamente)NO SEPARES EL ADJETIVO DEMOSTRATIVO DE SU SUSTANTIVO PARA INCLUIR UNA OBSERVACIÓN dentro del agujero. ¿Qué es un agujero? –Le digo- Se ríe, respira; apacigua sus ganas de matarme y continúa. Sabe que sólo bromeo. Una vez dentro, lo estiras y te va a quedar este cruce. ¿Lo véz? Sí.
Ahora le vas a dar el doblez aquí, un giro así y listo. ¿Entendiste? Ya. Respondo con ansías. Primer intento, segundo intento, tercer intento; estás fuera. No me sale, le digo. Respira se toma su tiempo y mi madre llega a salvar la situación.
Ella se sienta a mi lado, desata sus pasadores. Sígueme. Ya. Seguí cada uno de esos movimientos como si me viera al espejo. Funcionó, le dije. Sí sabes, sólo tienes que concentrarte. Me dijo. Mi padre sin hacerse menos agrega: “es que ya sabía lo básico”. Mi madre lo mira con ternura, casi con lástima; esboza una media sonrisa. Posa su mano sobre su rostro. No le dice nada, pero él le entiende todo.
Por lo pronto yo me voy a jugar, me caigo un par de veces, porque mis pasadores se desatan. Espero algún día aprender a atar mis pasadores. O mejor aún, que me compren de esos zapatos mágicos que no necesitan pasadores.

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