La fuga

El tiempo se detiene en un momento, donde no sabes si es muy tarde o muy temprano. Solo tienes una vaga noción de tu cansado ser, el cual busca refugio de tus problemas; oyes solo tus lamentos; y solamente sientes dolor.

La cálida sonrisa de una joven mesera, que a la vez es cocinera y a la vez confidente; revive tu alma. Un destello de vida en tu pecho, un latido. El primer paso hacia tu humanidad.

Un respiro, un suspiro. Es café, negro, bien servido. Un sorbo atraviesa tu garganta, calienta tu corazón y lo sientes en todo tu ser. Un: “¿cómo ha estado?” resuena en el fondo del alma. No es una pregunta sistemática o quizás si; pero tu no la sientes de esa manera. Solo reconoces a un ser vivo haciendo contacto con otro ser vivo, tu.

Se enciende una flama en la cocina y empieza a tocar una orquesta de platos, sartenes entre otros ingredientes. Todos esos elementos se conjugan con la finalidad de elaborar una melodía digna de tu satisfacción.

El aceite chilla, grita de alegría al recibir a la cebolla y el ajo. Tu olfato lo reconoce, el sentimiento es innegable. El aroma es fuerte; pero no te agrede. Te invita amablemente a ser parte de la ceremonia.

Una cucharada, un bocado, una probadita; es suficiente para confirmar lo que tu olfato se atrevió a predecir. Retomas el café, su sabor ha retomado fuerza. Si en un primer encuentro te despertó; ahora te llena de vida. La fiesta continua, a cada bocado, a cada aroma; hasta la satisfacción.

Finalmente, una flama empezó todo y otra lo terminará. Se ilumina tu rostro y se aloja dentro de ti un ente amargo. Lo desprecias, luego de haber recorrido tu garganta y tus pulmones, lo expulsas. Regresas a tu estado natural, del cual brevemente escapaste.

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