Cuando pienses en volver

Son las primeras horas del día, de ese día, un veinticinco más. Me levanté temprano y fui a trabajar. Doblé turnos en el bar ya que todos tenían a donde ir. No me molesta, porque aunque muchos piensan que estoy solo, yo los tengo muy presentes a ustedes. Ese día cerramos temprano, ya que la mayoría estaba celebrando en casa con su familia.
Por mi parte decidí quedarme en casa, aunque más de una invitación recibí. Creo que esto es un asunto más familiar que social. Al llegar a mi casa, alrededor de las diez de la noche me percate del desorden que había así que decidí arreglar un poco. A las once de la noche trato de no pensar en ustedes, no por que no los extrañe (de esa manera duele menos).
Cerca de las doce se escucha esa ola de chillidos que aumenta a cada minuto. El momento se acerca y no puedo evitarlo: una lágrima se dibuja en mi rostro. Dejo a un lado el libro que supuestamente leía y le doy otra bocanada al cigarro que estaba fumando. La hora llegó y no me lo dicen los gritos en las calles o el reventar de cohetes. Me dicen los latidos de mi corazón que están en sincronía con los suyos.
Esa fue mi navidad familiar, una insulsa e inerte navidad. Luego de oír el jolgorio ajeno, fui a dormir. Pero no lo hice, decidí dibujar en mi cabeza la fiesta que hubiese vivido si no me hubiera ido. Los extraño y mucho. Cuídense que muy pronto volveré.

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